domingo, 7 de marzo de 2010

BUENOS DIAS VERMON







A E. Waugh y J. Barnes

Vermon era, a los ojos de sus superiores, un empleado más que notable.
-Hace coincidir las defunciones familiares con su periodo vacacional, tenemos que preguntarle cómo lo hace –comentó una vez Damond, subjefe de planta-, ¡es admirable!
            El caso es que Vermon no había faltado un solo día al trabajo desde el mes de febrero de 1980, nunca después de la segunda guerra del golfo y ni siquiera cuando una nueva cepa de gripe asoló la oficina, en víspera del puente del Pilar. Vermon solía regocijarse en su corporación, diciendo: -de los trescientos empleados, ochenta negociados y veinte subjefes de sección, tan sólo la señorita Amis y yo acudimos aquel jueves. Lo sé porque reconocería sus botines aun en mitad de la niebla y aquel día estaba  claro.
            Por otro lado sus  jefes de sección, directores de área, subdirectores generales y gerentes más los dos directores le reconocían un valor ante la adversidad muy notorio. -Cuando pierde un nuevo ascenso, (cosa que venía ocurriendo desde hacía al menos veinte años) se emborracha durante quince días  y no arma escándalo. Bien es cierto que no había forma, durante esos periodos,  de sonsacarle nada más que aquellas dos frases de oportunidad: “¡Sin duda!” como muestra de aprobación y “En cierto modo” cuándo no quería comprometerse a nada. Al fin y al cabo –le gustaba repetir- un oficinista no es un más que un loro complicado.
            Vermon tenía un amigo en la oficina, Wild, que se pasaba el día cuidando un cactus y  gastándole bromas:
-Eh Vermon llevas una mancha en la solapa, pero ¡te tan queda bien!.
-Vermon te ha llamado una pesada de tomo y lomo, siete veces hoy.
-Y ¿quién es la mal nacida?
-No sé, me parece que tu madre.
Así que cuando aquella mañana Vermon llegó a la oficina, tarde como siempre, -me gusta poder saludar a todo el mundo antes de entrar en mi despacho, no me importa quedarme luego, así tengo oportunidad de salir a despedirme también de todos- Cuando entró vestido de Otelo, moro de Venecia decía la etiqueta que le colgaba y  esgrimiendo una trompeta de plástico rojo de feria, Wild le dijo simplemente:         Buenos días Vermon.

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