(fotografía: Nares Montero)
Vi el río amable, desbordado
por el canto de los pájaros breves.
Vi las altas torres jurando al viento
el nombre de los dioses
y el de las campanas, y a tu ejército
sin ser visto, venir quedamente
como la amante, que distraída juega
con el dorado rizo, que hambrienta corta.
Y te vi asomado en la reja
a tu capricho, ladrón de alientos,
llevándote mil flores que se alejan.
Y quise alcanzarte para beber
de tu copa y de ese aliento,
que extenuado, deja a quien del aire es
dueño y huye contigo.
Ángel sin luz luminoso, del huerto
enamorado en las manos dejas,
un recuerdo de aromas contrariados.
Angel mío que ya no elevas
tu canto, ni cielo
ni azul.
Ángel del
dolor que
apenas
me dueles.