No hay frialdad me dices,
cogiéndote a mis rodillascuando tu nuca no te asiste
y en la respiración pesa
el alumbre y la sal.
Propone una tregua
el solimán que flota en tu aliento,
denuncia el argento sublimado
el color de tus mejillas,
la brevedad del humor colérico
y su medida en tus manos:
óbolos, dracmas de eléboro
en la tarde, veneno y beso
por los pulsos blancos,
en las deposiciones frías
y sí,
aún hay tiempo… pero, ¿quién
contra la muerte perfecta?
¿qué enamorado se detiene,
la mirada magnéticalos pies en la sombra?
Y sin embargo,
qué claridad en tu piel
se anuncia,
tras de la maduración,
en la pérdida..
(fotografía Desiree Dolron)