miércoles, 27 de mayo de 2009

TUXEDOMOON



Y Winston Tong acabó tocando en sucios locales de la costa oeste, acompañado por la música fúnebre de un tiovivo.
Mientras intentaba no despeinar la geometría discontinua de la M-30 y conducía quedo, iba sonando In a Manner o Speaking. La voz no era, en esta ocasión, la tormentosa de Winston, sino la de toalla rizo americano de Nouvelle Vague.
Fue Tuxedomoon palabra que salió del sombrero de prestidigitador, agitado y mezclado de Tristan Tzara. Sería engañoso tratar de traducir una palabra que no existe. Bueno sí, existir existe, la acabo de articular en voz alta para espiar las reacciones de los que me rodean y sólo algunos pájaros han alzado el vuelo. La oficina de esto, que no es siquiera una naviera, mantiene guardia frente a las estrellas y los teléfonos no paran de piar.(Después de revisar lo escrito, acordarse de pedir la baja entre los poetas).
El caso es que aquel grupo Californiano/noyorquino, en el que el japo/unidense Winston Tong, componía y cantaba, fue de ésos paladines a la taza de la modernidad, que sorprendimos en la Edad de Oro ( hoy diríamos La 2, con Paloma Chamorro). Te recogían en una camioneta en Pza. de España y derechito a Prado del Rey, sin escalas. Allí te daban un bocata de jamón y dos cervezas. En el plató se podía fumar sin reservas. Y una noche tocaron ellos…
Vestían traje inglés, sin chaqueta, con las corbatas almidonadas, haciendo un giro hacia la izquierda, como si un mal viento las tentase. Si logro colgar algún video me lo agradecerán. Ellos empalmaban una canción con un instrumental, se movían con gracia, hacían música post-industrial (donde a veces añadían un yunque, creo que fue la Caída de la Casa Usher, en “Insecto vivo/insecto muerto” los primeros en utilizarlo en estas tierras).
Aquellos compases, a veces seguidos de una melodía tardo-romántica, soportada por violines eléctricos, unida a la puesta en escena, donde se alternaban sombras chinas, con performances, donde alguien alzaba un acetato frente al grupo, para poder dibujar sobre él, hicieron que se iniciase mi carrera de fan, eso sí, de uno de los grupos más desconocidos y oscuros que existen.(Se me da bien gritar bajito)
Aquella noche me acompañaba en la Edad de Oro, Gabriel S. Arias, quizá también Luismi, no estoy seguro.
Ahora Winston Tong toca en oscuros garitos de San Francisco, a Luismi me pareció verle de analista, en un reality de ahorro para familias en banca rota, Gabriel hace animaciones y trabaja en correos. Hace años que no hablo con ellos. Por un puñado de dólares me arrastro cada mañana a esta oscura oficina. Bien, cantan los pájaros (confío que no se trate del hilo musical).



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