No decir más de mil quinientas palabras al día, no escuchar más. Contar las emociones, cada veinticinco palabras una emoción y sino, a la papelera de reciclaje. Decir sólo: no sé dejar de mirarte soy un vendedor de flores, o déjame, déjame, cosas así. Tener el cómputo activo, una segunda voz por si hiciera falta y sólo eso. Observarme las uñas entretanto y realizar extraños y claros gestos: rellenar la pitillera, ofrecer un cigarro. El mundo en sus proporciones pequeñas. Saber que hay un beso al otro lado de la puerta. No volver por él. O sí… luego. Junto con los buenos días. Consciente de que éstos transcurren imperfectos. Pero hoy no. Ni griegos hígados, ni falsificaciones ilícitanas. Verse reflejado en otros espejos. Y hacer de eso himno. Pompa y circunstancia y su contrario. Sobre todo su contrario. Arañar y arañarse. Territorios del aire. Sin aire por medio. No decir más. Nada.
And so it is.
ResponderEliminarHermoso escrito.
¡Ah! Tranquiliza constatar que ni una sola de las mil quienientas palabras la has malgastado con Alicia.
ResponderEliminarAhora no hacemos del amor las palabras
ResponderEliminarAhora caen charcos de piel en el augurio inconsolable de mi temperamento autista
Y se desploman canciones como si siempre hubieran estado ahí para mentirte
Ahora sólo hay oler a ti
Y pensar que el cuerpo conoce la sintaxis
Rimar en humedad
Y dejarse las bocas allá donde no llega el pensamiento.
Pequeño acróstico para O Lobo
ResponderEliminarLas palabras son aire respirado, dar nombre,
organizarlas libres, amar con ellas, es
buscarles nuevo asiento, acomodar sus ejes,
orlar toda su vida, no ser y ser el otro.
¡Bravo, maestro! ¡Excelente poema!