lunes, 23 de noviembre de 2009

RESCATES


He pasado la semana pagando rescates. Encontrar al mediador, juntar el importe (que siempre solicitan en billetes pequeños y usados), fijar el lugar para el intercambio, enviar una prueba de vida... Cosas a las que no das importancia la cobran de pronto cuando estás secuestrado.
Recibir una foto, pongamos por caso, de una panera asturiana de 1801 en plena restauración, te produce una emoción íntima (prueba inequívoca de que los tuyos no te han olvidado, pues te solicitan que pagues tu parte).
Acudir a un cine donde proyectan Agora (Amenabar), previo pago del rescate por la entrada, hace que te eches a llorar (ya sé que el guión es grueso, los carácteres un tanto impostados... pero estoy blandito).
Ver juntarse alrededor de la misma mesa a los del guiski de la habitación 214, con nuestros jaleos poemáticos y de faldas, pagando el rescate pero siendo invitados al vermut.
Rodar durante 20 horas seguidas con el coche para regresar al punto de partida. Más viejo y más secuestrado.
Recibir la visita del amigo, todo traje (que resulta ser el mono de trabajo), con los billetes preparados para el pago.
Recibir la del otro amigo, que trae un Mac Air y te habla del Snow Leopard como moneda de cambio para los secuestradores.
En fin, darse cuenta que secuestros y rescates son emoticonos íntimos, que vivo abusando de los paréntesis, que no sé si será por algo.
A santo de qué, a cuento de nada.

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